Por Jairo Calixto Albarrán
Mil años después, lo que parecía ser una antigualla irredimible de la manga japonesa en su versión más prehistórica consiguió de alguna manera modernizarse, sin extraviar su espíritu o su estrambótico peinado, no se sabe si de emo primigenio o de prepunk morigerado. La vieja creación de Osamu Tezuka –que alimentó los sueños futuristas de la primera generación de mexicanos educados por la nana electrónica– renace en una versión pixeleada y ultrasónica del siglo XXI, a través de dos bases fundamentales: una, apelar a la nostalgia de varias generaciones alimentadas emocional y culturalmente por esas historias ataviadas con las seductoras envolturas narrativas e iconográficas del anime oriental; dos, atrapar la voluntad de nuevas generaciones que han degustado con delectación el poder de pokemones, bakugans y avatares.
Quizá la factoría Imagi Productions, la cual tiene como cabeza de playa a la franquicia de las Tortugas Ninja, haya logrado su objetivo. Yo que pensé haber concedido importantes porciones de mis melancolías infantiles a la evocación de Ultramán, Señorita Cometa y las caricaturas de la Warner, me vi conmovido por el olvidado Astroboy que hace años reapareciera intempestivamente, en forma de extraños juguetes vintage, en las cajitas felices de McDonald’s.
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